Edito esta entrega para añadir el texto íntegro, transcrito, de la crónica de la escala de Felipe IV en nuestro pueblo, así como otros curiosos aspectos de aquel viaje que lo llevó a Andalucía.
A principios de 1624 Felipe IV, que inicia el tercer año de su reinado, decide viajar a Sevilla. El camino es largo y los pueblos que jalonan el camino real se disputan la recepción de tan alto personaje, aprestándose a dar la mejor de las bienvenidas. Después de Aranjuez, Tembleque es la escala siguiente. El concejo no tiene dinero. El pueblo es un barrizal después de un mes de nieve y lluvia casi continuada. Sin embargo, el concejo quiere dejar un buen recuerdo al rey. La villa tiene problemas jurisdiccionales y los pleitos con los pueblos colindantes, especialmente con Consuegra, son constantes. Con el Rey viaje la Corte y conviene hacer buenos valedores. Así, aunque el tiempo apremia, todo se dispone de la mejor manera.
El 2 de febrero se presentaba en la villa de Tembleque, del Priorato de San Juan, el doctor Juan de Quiñones, teniente de corregidor de Madrid, para anunciar que Felipe IV y su séquito irían a dormir a dicha villa el día 9 a su paso hacia Andalucía.
El concejo, que se reúne al día siguiente a toque de campana, decidió que era necesario hacer algunos gastos y fiestas para recibirlo. Los fondos municipales eran escasos y cargar los gastos sobre los vecinos a través de una derrama especial hubiera sido impopular. Pero el concejo es propietario de las Paneras del Pósito que anualmente (en cada verano) eran arrendadas en cuarenta mil maravedíes, y que ese año ya había sido cobrado hasta Navidad, de modo que se acordó la cobranza adelantada sobre el año próximo.
Los trabajos se iniciaron deprisa. Se ordenó el adecentamiento de las casas, se allanaron los caminos y se arreglaron las calles, que estaban cubiertas de lodo.
A las cuatro y media del día salían a recibir a tan altos huéspedes el Ayuntamiento en pleno y otrs personas principales a caballo, y casi toda la gente de la villa. Con el Rey, en una carroza tirada por seis mulas, venían su hermana, el infante don Carlos, el conde-duque de Olivares y el duque del Infantado. Seguía una larga comitiva formada, entre otros, por el marqués del Carpio, mayordomo mayor, el conde de Santisteban y otros muchos señores.
Si atendemos a la cifra dada por el concejo, la población de Tembleque se vio prácticamente duplicada en aquella noche. El rey manifestó su deseo de acudir a una lidia de toros. La plaza de Tembleque tiene tres entradas; dos que se abren a lo que fue el camino real, calle de Ntra. Sra de Gracia y calle de la Iglesia, y una tercera que da al campo y que es conocida como el callejón del toril por ser la puerta por donde habitualmente salían los toros encerrados en un corral colindante.
En la preparación de la plaza para la lidia se pusieron portadas en las bocas de cada calle, se atableó la plaza, se enmaderaron los caños y se tendió gran cantidad de arena. Para la lidia, que inicialmente iba a disponer de seis toros y luego por circunstancias quedaron tres, trajeron una compañía de 100 hombres, la mitad con picas y la otra mitad de arcabuceros. Después de haberse aposentado en la casa del licenciado Gaspar de Prado, el Rey marchó a presidir la lidia desde el balcón central del Ayuntamiento.
Los dos primeros toros, al decir del cronista, fueron de singular bravura. Hirieron a cuatro hombres, desbarataron a la compañía que salió con las picas, hirieron a muchos y "con todos mataron dos toros a cuchilladas". Pese a todo el espectáculo fue del agrado de S. M. que, aunque nevaba, no se retiró del balcón. Cuando salió el tercer toro la cosa se fue poniendo difícil, ya por su bravura, ya porque el terreno había recalado con la nieve y "no se atrevía nadie a dexarretarle". Fue entonces cuando "S.M. tuvo gusto de tirarle con un alcabuz que mandó traer y le tiró una bala siendo ya anochecido y le dio en la frente entre los ojos y no cayó y luego le tiró otra vez y le dio en el codillo y cayó al punto muerto con gran regocijo de todos".
Acabada la corrida se pusieron luminarias en toda la villa y a petición del Rey se inició la fiesta de la pólvora, para la cual se habían colocado tres ramilletes tan altos como la baranda de la Audiencia, cubiertos de hojas y flores pintadas, y tres ruedas, con toda suerte de cohetes "boladores, buscapiés, troneros y otros que se echavan de la mano... que despidieron gran cantidad de fuego de manera que nadie estava seguro en la plaza y bentanas". Completaban este día de fiesta dos bandas de música, una de chirimías y otras de clarines.
Por un día se había llegado a la síntesis. La España de la quiebra, perezosa y despreocupada, madrugaba para asistir a misa en una Iglesia especialmente engalanada en su honor. Igual que se va un sueño, partían de nuevo hacia el Sur incapaces de comprender la crisis en que estaba sumergido el país. Cien ducados para el Hospital y los pobres de la villa, una hacineda municipal empobrecida y el recuerdo de un fasto desconocido fueron su estela y su huella. Atrás dejaba un pueblo que había vivido un acontecimiento extraordinario y que quedaban "muy gustossos y desseosos de ver a su Rey y señor a la buelta en sus casas" cuando supieron "que no se les hizo ningún repartimiento" para pagar los gastos de la estancia.
F.G.V. En Nueva Historia. Número 23. Diciembre de 1978.
Existen varias publicaciones con distintas crónicas de este viaje a Andalucía por parte del Rey Felipe IV. Francisco de Quevedo escribió varias cartas al respecto, publicadas en el "Epistolado completo de Don Francisco de Quevedo Villegas". (Extracto al inicio del artículo).
También, en el diario ABC, con fecha 3 de marzo de 1908, publicó una crónica general de este viaje del Rey Felipe IV a Andalucía, el cual comparto a través de una captura de la hemeroteca del ABC: (Con mayor resolución descargándola de este enlace de Google Photos):
Podemos comprobar que la escala previa fue en Aranjuez, donde tuvieron un accidente, al volcar uno de los carros donde iba precisamente Don Francisco de Quevedo, según narra él mismo:
"Volcóse el coche del Almirante; íbamos en el seis; descalabróse D Enrique Enríquez; yo salí por el zaquizamí del coche, asiéndome uno de las quijadas, y otro me decía: "Don Francisco, deme la mano" y yo le decía: "D. Fulano, deme el pie". Salí de juicio, y del coche. Hallé al cochero hecho santiguador de caminos, diciendo no le había sucedido tal en su vida. Yo le dije: "Vuesa Merced, lo ha volcado tan bien, que parece que lo ha hecho muchas veces".
3 comentarios:
Gracias Fredy por esta nueva entrega, es excepcional.La cantidad de pequeños detalles que indica, y las curiosidades de aquel momento.
Espero que nos queden mas tan curiosas como esta
Este capítulo es de los más curiosos. Nos narra el día en el que se inauguró la Plaza Mayor como plaza de toros oficialmente, como bien dices, con un montón de detalles. Precisamente estoy editando algunos vídeos de la última corrida de toros en nuestra plaza mayor. Es decir, que van a estar documentadas tanto la corrida inaugural como la última, en 1987. Bueno, y aún quedan un montón de entregas de este excelente trabajo recopilatorio, digno de un gran historiador.
Un buen documento con todos estos detalles tan didácticos.
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